viernes, 29 de julio de 2016

UNA MONTAÑA, UNA PERLA Y UN RAMILLETE DE SIERRA NEVADA. 1ª Parte.



LA MONTAÑA


Vagabundo en la cima de la montaña, K. G. Carus (1818).

Se trata de  Mulhacén de la que en relación con Simón de Roxas hemos tratado en los posts anteriores.
La exaltación física y en ocasiones metafísica que produce la visión del mundo desde la cumbre a pesar de nuestra presencia inevitablemente efímera en ella, nos puede llegar a sintonizar/cargar con las poderosas energías de uno de sus atributos: el centro.
Así  lo entendieron y podemos apreciarlo en dos contemporáneos de Clemente, los pintores germanos Caspar David Friedrich (1774 – 1840) y su amigo Carl Gustav Carus (1789 – 1869).

Caspar David Friedrich (1774 – 1840)
 Este último pintor, psicólogo, naturalista y micólogo alemán fue uno de los miembros más destacados de la Naturphilosophie, de ideas próximas al naturalista Lorenz Oken  (1779 - 1851) así como del grupo del filósofo Friedrich (von) Schelling (1775 - 1854) al que también pertenecía un conocido nuestro y de Simón de Roxas: Alexander von Humboldt. Todos adscritos al movimiento conocido como romanticismo alemán.
Una de sus claves: permitirse reflejar la aproximación subjetiva y emocional al mundo natural.
Actualmente se habla del conocido efecto reset o de puesta en hora de nuestro campo energético con el de la montaña, relacionándolo con la liberación de endorfinas. Pero esto por sí solo no basta a explicar el impulso ancestral de afrontar la ascensión y  franquearla o culminarla - que no es solo llegar a la cima -  si todo va bien, volveremos al lugar de donde inicialmente partimos.
Como en cualquier viaje de ida y vuelta el itinerario a las cumbres adquiere estructura mandala en el sentido jungiano: como expresión de lo que permite proyectar y adueñarnos armoniosamente - como en un buen sueño profundo y reparador – de algo cuyo origen está en nuestro inconsciente esencial. 


El caminante sobre el mar de nubes (1817–1818) por Caspar David Friedrich.
Entre sus funciones: la expansión de la conciencia, el autoconocimiento, toda una iniciación en la comprensión del mundo y el sentido de nuestra existencia en él y de alguna manera otra vez endorfinas.
La montaña + sus altas energías y nosotros ya no seremos los mismos. Algo nuestro se quedara en la montaña y algo de esta permanecerá en nosotros y siempre podremos evocar nuestro instante en la cima, como uno de los momentos más especiales de nuestra existencia.
Vivir los sueños transforma tanto como para hacernos crecer y si bien nuestra biología tiene sus límites, los de nuestra alma humana son de otra naturaleza.
Así es, ha sido y será siempre desde el Olimpo de los dioses,  el Ararat de Noé, el Sinaí de Moisés o el Mulhacén de Clemente.


Desde la cumbre de Mulhacen en primer término la laguna de La Caldera. Al fondo el Veleta.


LA PERLA

La zorra se pone en acecho sobre la cumbre de Mulhacén; ella un pajarito y una Papilio perseguido por el pájaro son los únicos seres del Reino animal que yo sepa, fijan su pie sobre dicha cumbre conducidos por un impulso puramente natural.
Simón de Roxas Clemente en las notas finales a las escalas numéricas de su Nivelación de Sª Nevada de Granada. 
pág. 954 de la ed. Viaje a Andalucía. Gil Albarracín (2002).

La sugerente reflexión clementeana tiene numerosos enfoques analíticos, pero sobre todo nos ha llamado la atención como Simón de Roxas anticipa con su impulso puramente natural, una idea que emergerá y se debatirá a lo largo de ese siglo. 


 Como consecuencia  de  la obra de Darwin: El origen de las especies publicada en 1859, los biólogos británicos Herbert Spencer (1820-1903) y Thomas H. Huxley ( 1825- 1895 abuelo del conocido escritor Aldous Huxley) fueron los primeros  darwinistas que, interpretaron en forma particular el factor que dirige la maquinaria  adaptativa/evolutiva de los seres vivos: la lucha por la existencia/ supervivencia del más apto, a pesar de que el propio Darwin planteara que la evolución estaba alimentada, por estas, entre otras variables.
 Así la formulación también conocida como la ley de la jungla o la lucha por la vida (struggel for life) pretendida causa principal de la evolución, originó una corriente de pensamiento: el darwinismo social, llegando pronto a transformar la supervivencia del más apto, idea original de  Spencer en clave biológica, en:  la supervivencia del más fuerte.
Esta visión coincidía con la absoluta certeza del derecho a todo, de las poderosas élites de las ya muy industrializadas potencias occidentales, capitalistas, racistas y esclavistas de la época, que de  forma estimulante encontraban en esta interpretación, la justificación “científica” para la historia de depredación y devastación, de los sucesivos asaltos expansionistas occidentales sobre los territorios y recursos de poblaciones “menos aptas” aborígenes. 


Man on a balcony in Haussmann Av. (Paris) Gustave Caillebotte  (1848 -1894)
Impulsos altamente estupefacientes para la incipiente mente colectiva de la época, que acabaran agitando las nuevas e influyentes comunicaciones radioeléctricas del s. XX,  dejando puestos mesa y mantel a desastres ecológicos y/o genocidas como los que resultaron del ascenso del nazismo y otros ismos excluyentes y aberrantes cuyos rescoldos siempre hay alguien ocupandose que no terminen de apagarse y otros reconocemos como verdaderas trabas evolutivas, con un impacto ambiental y humano . . .

En la actualidad estas trabas se aprecian en cualquier telediario y de nuestra civilización sobre un cada vez más pequeño planeta comienza uno a albergar dudas que se concentran en  parámetros de sostenibilidad, demografía y balances en recursos.
Algo de razón podría tener Alfred Russel Wallace  (1823 —1913) cuando formuló su teoría de la evolución de las especies casi al mismo tiempo que Darwin, pero su espiritualidad que tanto desagradaba a este y a sus seguidores, acabara emergiendo al hacer un lugar aparte para la vida moral e intelectual del ser humano. Así Wallace apuntaría que desde el momento en que nuestros ancestros llegaron a descubrir y generalizar el uso del fuego, el Homo sapiens entró en el campo de la cultura y dejo de estar afectado por la selección natural. No porque hubiera modificado su evolución en relacion con la materia apartandose de las condiciones estrictamente naturales, si no por que la había acelerado a una velocidad evolutiva sin parangón en los procesos naturales.

Alfred Russel Wallace  (1823 —1913)
A propósito de este tema en esa época Friedrich Nietzsche (1844 – 1900) apuntó premonitoriamente como la lucha por la vida, en su máxima expresión social se trasforma en la lucha por el poder.
El naturalista y  geógrafo ruso P. Kropotkin obviará este enfoque y en respuesta a un artículo publicado en 1888 por Thomas H. Huxley, que según Kropotkin
 “pintaba la vida de los animales como una lucha desesperada de uno contra todos”
nos aporta en sus artículos que se recopilaron y publicaron argumentando lo que considera un factor evolutivo tan importante para la selección natural si no más decisivo que la lucha por la vida: La ayuda mutua (1902).

El esclarecedor texto del sabio anarquista ruso, basado en sus originales investigaciones en los confines del mundo siberiano ha envejecido admirablemente.

Probablemente la gran empresa que catalizará en el próximo futuro la carga de trabajo del esfuerzo humano, será reparar los tremendos errores de los siglos XX y XXI.
La comunidad científica actualmente,  reconoce el carácter sistémico, de red y caótico del universo en general y especialmente de los procesos referentes a los seres vivos en nuestra esfera planetaria: el organismo vivo más grande del sistema solar en que todos existimos.
A su favor, y desde la visión científica contemporánea así como Darwin, Wallace, Humboldt o Kropotkin, Clemente pertenece a una tradición de investigadores de campo que a la fuerza eran transdisciplinarios  y se expresaron a la vez como geógrafos, naturalistas, antropólogos, lingüistas e historiadores y en ocasiones comprometidos como disidentes del orden social, con contribuciones significativas a idearios r-evolucionarios.